Tenía la esperanza de ver a mi familia, pero me fue imposible.
Apenas era mediodía en San Juan, pero parecía que era de noche. En cuestión de segundos, el cielo azul típico del mediodía en la isla se tornó gris oscuro y comenzó a llover que parecía un diluvio. Había acabado de aterrizar en mi natal Puerto Rico, como parte de una misión médica y humanitaria para ayudar a residentes de la devastada isla. La misión durará un año. Mi visita, duró menos de 20 horas.
Nada me había preparado para lo que iba a experimentar de primera mano, ni las conversaciones por teléfono con mi hermana, que vive en el área metropolitana, ni la extensa cobertura en las noticias sobre el impacto del huracán María en Puerto Rico, el 20 de septiembre. Ni las imágenes, ni las historias narradas por los reporteros se igualaban con la destrucción que en estos momentos estaba presenciando.
Tres semanas después de que el huracán de categoría 5 impactara la isla, las autopistas estaban intransitables, y conducir se había convertido más o menos en una pesadilla debido a las inundaciones, árboles caídos, postes de electricidad en el suelo bloqueando caminos y semáforos sin funcionar. Nuestro camino hacia Comerío, adonde íbamos para distribuir ayuda y suministros, y establecer nuestra misión médica, era un solo carril cuesta arriba lleno de obstáculos como árboles derribados, lodazales y el tremendo peligro de intentar atravesar un puente inundado.
Nuestro viaje resultaba absolutamente desgarrador, pero nuestra experiencia no puede compararse con los inconvenientes que están enfrentado cada día los puertorriqueños desde el impacto de María. Tres semanas después del huracán, las condiciones en que viven son muy sombrías, y muchos aún carecen de electricidad y agua potable. Los esfuerzos de recuperación son lentos y no llegan a regiones remotas como Comerío. Los isleños se enfrentan ahora a un grave problema de salud pública causado por el agua contaminada.
Los cultivos están destruidos. El turismo no existe.
Y como siempre sucede, la clase trabajadora y los pobres son los más afectados y a quienes más tarda en llegar la ayuda.
Pero también, en medio de esta devastación, presencié muestras de gratitud y fortaleza. Carmen Rodríguez (de Rodríguez Catering) sabía que, cuando llegara nuestra comitiva, estaríamos hambrientos y nos tenía comida lista a nuestro arribo en la municipalidad de Naranjito. Carmen nos preparó una comida sencilla con arroz frijoles, pan y ensalada. Los trocitos de pollo eran casi decorativos. Cuando llegamos, me dio un abrazo. Luego supe que nosotros éramos su primera orden en casi tres meses. Para preparar nuestra comida, Carmen tuvo que pedir prestado dinero.
Silvia Rodríguez trabaja para la alcaldía de Naranjito y fue un factor clave en garantizar el acceso de los más pobres y necesitados a las clínicas. Cada tarde, al terminar su labor, Silvia tenía que cruzar un río inundado en la oscuridad de la noche para poder llegar a su casa.
Nuestro desayuno, un sencillo sándwich de jamón y queso nos lo preparó una cocinera que también tuvo que pedir prestado dinero para comprar los ingredientes. Antes de María, ella tenía un negocio muy próspero, ahora, lloraba de alegría por el poquito de dinero que había ganado con nuestra orden.
Ninguno de los empleados del hotel donde nos quedamos había recibido pago desde Irma, el huracán que precedió a María, porque los turistas habían dejado de venir. Apenas tenían dinero para mantener abierto el local. Nuestra estadía les dio esperanzas.
En Naranjito, un pueblo cercano, tanto jóvenes como ancianos, gente que antes tenía trabajo y que ahora apenas cuentan con lo básico, incluyendo agua, gas y alimentos, también abrazaban a nuestros médicos. Ellos representaban y representan un rayo de esperanza. La misión médica, liderada por el presidente de la Junta de Directores de SOMOS Healthcare, el Dr. Ramón Tallaj, se enfocará en la devastada región de Naranjito/Comerío hasta que el territorio se haya recuperado y sus habitantes estén de nuevo en pie.
Reconozco que lloré al ver mi isla en ese estado. Pero al amanecer del día siguiente, el canto de un gallo me arrancó una sonrisa. Mi isla se levantará nuevamente. Somos un pueblo resiliente.
Y con respecto a mi familia, Dios sabe que intentamos encontrarnos. Dios sabe que nos encontraremos.