Lecciones aprendidas en los tiempos de la Covid-19

Lecciones aprendidas en los tiempos de la Covid-19.

Denisse Oller

 

Como ex corresponsal nacional de noticias, estaba al tanto del virus que se había originado en Wuhan, China, a finales del 2019 y que se había propagado por todo el mundo. Aún así, la idea de que el COVID-19 llegara a los Estados Unidos de América, la nación más poderosa del mundo, me parecía completamente imposible, y  asi lo aseguraban nuestros líderes quienes insistían en que todo estaría bien.

Realmente, nunca me recuperé emocionalmente del 9/11. Como periodista, había cubierto noticias de crisis nacionales e internacionales durante décadas. Aún así, nada fue tan traumático para mí como el caos y la destrucción de vidas humanas tras los ataques del 11 de septiembre de 2001. Recuerdo que comencé la cobertura en vivo en los estudios de Univision-NY, poco después de que el primer avión golpeara la Torre Norte del antiguo World Trade Center. Cubrí la tragedia que se desarrollaba durante días y semanas, que se convirtieron en meses. Nunca titubeé. Aunque internamente estaba viviendo una historia diferente: el temor no me dejaba en paz.

Esta vez, con el COVID-19, elegí mirar para otro lado, pese a las señales de alarma.

Mis amigos y colegas más cercanos seguían advirtiéndome sobre la crisis inminente. De alguna manera, seguí ignorando sus consejos. Pero a medida que pasaban los días, que parecían que estuvieran transcurriendo en ‘cámara lenta’, Nueva York se estaba volviendo cada vez más desesperada, el miedo se apoderaba de las multitudes, que  desconfiaban unos de otros más que nunca, ¡y la gente por fin comenzó a usar máscaras!

A principios de marzo, una amiga me llevó a una farmacia cercana de Duane Reade y prácticamente me obligó a comprar todo lo que pude de toallas de papel, papel higiénico y Lysol. Estaba pensando que mi amiga era una alarmista, ya que estaba cargando bolsas de compra más grandes que yo. Al contrario, ella fue un salvavidas.

Los días y semanas que siguieron fueron surrealistas. Como ejecutiva de comunicaciones en una organización sin fines de lucro de médicos de atención primaria y proveedores que ayudan a los neoyorquinos, trabajé 24 horas al día, 7 días a la semana.

Mi ansiedad  que crecía cada vez mas se volvió global, a pesar de mi negación de la pandemia. Todavía era invierno, por lo que los días eran sombríos y fríos. Nueva York se convirtió en el epicentro de la crisis en este momento y la “Capital del Mundo” se estaba convirtiendo en una ciudad fantasma.

Quería sentirme útil, unirme a mis colegas en las trincheras para ayudar a salvar vidas, pero sabía que era imposible; sufro de asma aguda asi que soy una paciente de alto riesgo ante el coronavirus. Un enorme sentido de culpa se apoderó de mí. Cada vez que veía las morgues improvisadas para las víctimas del COVID-19, mi impotencia se hacía más profunda.

Comía para calmar mi ansiedad y en un abrir y cerrar de ojos, subí más de 15 libras. Dejé de comunicarme con amigos y familiares. Vivía en una burbuja, ocupándome exclusivamente del trabajo. Luchaba por despertar todas las mañanas; sentía un vacío espiritual, un dolor sin fondo.

Intenté rezar, pero no encontré consuelo.

Una noche, mientras luchaba por conciliar el sueño, miré al techo y cerré los ojos. Entonces, escuché una voz. Mi madre me recordaba una vez más, como lo había hecho en mi infancia, que: “Al igual que la flor de loto, nosotros también tenemos la capacidad de levantarnos del barro, florecer en la oscuridad e irradiar al mundo”.

Mi voz interior me sacó de las profundidades de mi abatimiento. Al escuchar sus palabras, sentí un cambio en mi cerebro. El miedo comenzó a disiparse. Sentí esperanza por primera vez en mucho tiempo.

Comencé a meditar nuevamente después de una ausencia de algún tiempo. Poco a poco, el conocimiento adquirido durante años de meditación regresó. Encontré una nueva aceptación. En lugar de centrarme en el dolor y la desesperación, pude concentrarme en practicar la “atención plena”, lo que los antiguos budistas llaman “el aprecio de cada momento”.

Cada día celebraba una especie de renacimiento. Los temores y desafíos que vinieron con la pandemia realmente disminuyeron.

Hoy dia, estoy navegando por nuevos rumbos.

Por primera vez en mi vida, en medio de la  COVID-19, me di permiso para seguir mi propio “camino” sin miedo y llena de compasión.

Mirando hacia atrás, el miedo a morir física y emocionalmente se transformó en un impulso para mi crecimiento personal. Ya que no puedo controlar mi destino, ¿por qué angustiarme? Tengo dones divinos; puedo escribir y contar historias y tener un sentido del humor saludable. ¿Por qué desperdiciar esos talentos?

Mis días se han convertido en momentos para practicar la compasión y la bondad. Ahora mis lágrimas brotan de gratitud, no del miedo a perderla. Me he permitido abrirme y tomar la vida, como la flor de loto en mi sueño.

Lessons Learned In The Time 0f Covid-19.

Denisse Oller

September 2020

 

As a former national news correspondent, I was aware of the virus that had originated in Wuhan, China, by the end of 2019, which had spread throughout the globe. Still, the idea of COVID-19 reaching the United States of America, the mightiest power in the world, seemed utterly impossible to me, and our leaders kept reassuring us that everything would be ok.

I had never truly recovered emotionally from 9/11.  As a journalist, I had covered national and international crisis news for decades. Still, nothing was as traumatic to me as the mayhem and the obliteration of human life resulting from the attacks on September 11, 2001. I remember starting live coverage at the studios at Univision-NY, shortly after the first plane hit the North Tower of the former World Trade Center. I covered the unfolding tragedy for days and weeks, which turned into months. I never faltered. Internally, a different story was unfolding.  The terror never left me.

This time around, with COVID-19, I chose to look the other way, despite the alarm bells.

My friends and closest colleagues kept warning me about the impending crisis. Somehow, I kept downplaying their advice. But as the days went by, in some form of slow motion, New York was becoming more and more desperate, fear was setting in, people were wary of one another, and folks started wearing masks!

In early March, a friend herded me to a nearby Duane Reade drugstore and forced me to buy all the paper towels, toilet paper, and Lysol in evidence. I kept thinking she was an alarmist, as I carried the bags which were bigger than I am. On the contrary, she was a lifesaver.

The days and weeks that followed were surreal. As a communications executive at a non-profit organization of primary care physicians and providers assisting New Yorkers, I worked 24/7.

My growing anxiety became global, underneath my denial of the pandemic. It was still winter, so the days were gloomy and cold. New York became the epicenter of the pandemic at this time, and the city was becoming a ghost town.

I wanted to feel useful, to join my colleagues in the trenches helping to save lives, but I knew that was impossible; I live with acute asthma and am at high risk of severe illness from the coronavirus. Guilt set in. Every time I saw the makeshift morgues for the COVID-19 victims, my impotence grew deeper.

I ate for comfort and gained more than 15 pounds.  I stopped communicating with friends and family. I was living in a bubble, dealing exclusively with work. I struggled to wake up every morning; I felt a spiritual emptiness, a bottomless sorrow.

I tried prayer, but I found no solace.

One night, as I struggled with sleep, I looked to the ceiling and closed my eyes.  Then, I heard a voice. My mother was once again reminding me, as she had in my childhood, that:  “Just like the lotus, we too have the ability to rise from the mud, bloom out of the darkness and radiate into the world.”

My inner voice pulled me out of the depths of my despondency. Listening to her words, I felt a shift in my brain. Fear was leaving me. I felt hope for the first time in a long while.

I began to meditate again after an absence of some time. Gradually,  the knowledge acquired from years of meditation returned. I found a new acceptance. Instead of focusing on pain and despair, I was able to  concentrate on practicing “mindfulness,” what the ancient Buddhists call “the cherishing of each moment.”

With each day, I celebrated a kind of rebirth. The fears and challenges that came with the pandemic truly diminished.

I am navigating new terrain.

For the first time in my life, in the midst of COVID-19, I gave myself permission to follow my own “camino” fearlessly and full of compassion.

Looking back, the dread of dying physically and emotionally became the impetus for personal growth.

Since I cannot control my destiny, why anguish?  I have divine gifts; I can write and tell stories and have a healthy sense of humor. Why waste those talents?  My days have become occasions to practice compassion and kindness. I now have tears that flow from gratitude at the generosity of the world, not from fear of losing it. I have allowed myself to open up and take life, just like the lotus flower in my dream.