Pontificia Universidad Católica Madre y Maestra
Nonagésima Novena Ceremonia de Graduación
Santiago de los Caballeros, República Dominicana
Sábado, 2 de febrero del 2019
- Reverendo Padre Doctor Alfredo de la Cruz Baldera, Rector
- Su excelencia Mons. Freddy Antonio Bretón Martínez,
Arzobispo Metropolitano de la Arquidiócesis de Santiago de los Caballeros,
Gran Canciller y Presidente de la Junta de Directores. - Miembros de la junta de directores de la Pontificia Universidad e invitados especiales.
- Autoridades eclesiásticas.
- Señores del personal Directivo y Administrativo de la Pontificia Universidad Católica “Madre y Maestra”
- Señores Padres de Familia
- Estimados Graduandos
- Estudiantes
- Señoras y Señores.
Agradezco la invitación que el Señor Rector de esta prestigiosa casa de altos estudios me hizo para dirigirme hoy a ustedes en ocasión de este Acto Académico de Graduación de nuevos Profesionales. Gracias a Dios y a todos los aquí presentes, especialmente los graduandos, por la oportunidad de permitirme compartir con ustedes unas reflexiones, que ojalá les orienten y animen en el futuro próximo de sus vidas como seres humanos y como profesionales.
A los aquí presentes y a todos los que transitamos este 2019 de la Era Cristiana nos correspondió vivir una etapa de la historia de la humanidad sin nombre propio y en transición de la Modernidad a la Posmodernidad.
Una transición social y cultural en la que pasamos de la fe inconmovible de nuestros antepasados modernos a un progreso ilimitado de la humanidad, gracias a la intervención y al avance de la ciencia y de la técnica, que produjo la llamada “revolución industrial” en siglos pasados, al “cementerio de esperanzas” que nos dejaron dos guerras mundiales y guerras grandes y pequeñas incontables y esparcidas por todos los rincones de la tierra, con la consecuente sensación de una historia sin futuro; porque la ciencia y la técnica no lograron resolver ni los grandes problemas del ser humano, ni sus grandes preguntas sobre el sentido de la vida y de la historia y muchísimo menos los grandes problemas de la entera humanidad.
Muy por el contrario, aumentaron el hambre, los niveles de injusticia social, de inequidad y –armadas- se sofisticaron, aumentaron y se hicieron más crueles y mortíferas las mil formas de violencia y de muerte. Aquel soñado progreso de nuestros abuelos se convirtió, se vivió y se cantó en la famosa década de los sesentas como todo un fracaso, un espejismo…
Dicho desencanto histórico derivó en una cultura “light”. En un estilo de vida sin esfuerzo, superficial, sin compromiso. En una cultura de lo fácil y lo rápido. En una desvalorización del trabajo y del esfuerzo. En una falta de interés del ser humano por situarse más alto, más arriba.
En un gusto por lo desechable, lo transitorio, lo pasajero, lo efímero y, en consecuencia, en el predominio del tener sobre el ser, del tener para el placer, de la apariencia sobre la esencia, del bien individual sobre el bien común, de las medias verdades individuales y subjetivas que manejamos a la carta y según nuestras conveniencias, caprichos, placer e intereses, sobre las verdades universales que otrora llenaron de sentido la vida de los humanos.
Este es un tiempo en el que se privilegia la estética sobre la ética y el lujo, el confort, y el derroche de unos pocos son una afrenta ante las necesidades primarias y fundamentales de las grandes masas de necesitados en toda la tierra.
Nuestro momento histórico y nuestra sociedad y cultura actual es, entonces, de vertiginosos cambios en el ser y actuar humanos y de incertidumbre… Es un tiempo de crisis en el que la felicidad consiste en lo útil para el placer de cada uno con una consecuente pérdida del sentido trascendente de la vida y una abrumadora sobrecarga de información por los tantos medios electrónicos, virtuales, tecnológicos y de las telecomunicaciones en la que nada vale o todo vale por igual.
Me he tomado unos párrafos y estos primeros minutos de mi intervención en pintar, “grosso modo”, un marco referencial de la realidad que nos circunda, porque ella nos sirve como el contexto del mundo en que vivimos pero, sobre todo, de la coyuntura histórica social y cultural en la que ustedes, señores graduandos, deberán vivir y ejercer sus profesiones.
Este, apreciados graduandos, es –en un bosquejo somero– el mundo en el que nos tocó vivir, la cultura y la sociedad globalizada que tenemos, el modo de ser y actuar del hombre de hoy. Esta es nuestra etapa histórica con “sus luces y sombras”. Este es el mundo que los espera y desafía para que ustedes den de sí mismos lo mejor de sus conocimientos y su ciencia, sobre todo, lo mejor de sus valores como seres humanos, como dominicanos y como creyentes en Cristo, según lo alienta y profesa esta Alma Mater que lleva como insignia ser “Pontificia”.
Es decir, un claustro dependiente, defensor y proclamador de la Doctrina de la Iglesia Católica y, concretamente, de las enseñanzas del Papa.
Como hombre, como profesional y como dominicano emigrante en el complejo, vastísimo y multicultural Estados Unidos de Norteamérica experimento a diario, como todos ustedes, la necesidad de realizarme como persona, como un mejor ser humano cada día, pero esta tarea no ocurre en solitario sino en relación con los otros y en el específico contexto en el que nos correspondió vivir, amar, proyectar, trabajar, caer, levantarnos, luchar, superarnos, crear relaciones familiares, laborales, religiosas, económicas, políticas, etc.
La realidad actual que nos circunda y pareciera rebasarnos, reclama lo mejor de nosotros para construir las familias, los ambientes laborales y culturales y, en fin, las comunidades humanas y sociedades con las que soñamos. Esas que nos permitan realizar de la mejor manera nuestros mejores anhelos y los de nuestros hijos y nietos. No lo lograremos mientras no descubramos y demos, desde nuestro diario ser y quehacer, nuestras mejores tendencias y valores más profundos e innatos como seres humanos. Valores y principios que son patrimonio de toda la humanidad porque están inscritos en lo más noble del ser humano, tales como la defensa de la vida, el amor, la verdad, la igualdad, la libertad, la participación democrática, la tolerancia y el respeto por las diferencias y por la naturaleza, la justicia, la construcción de la paz, el servicio, la solidaridad y la entrega de la propia vida a las causas más nobles por el bien común.
Estos valores, amigos y amigas, los encontramos vividos y explicitados en el Evangelio de Jesús de Nazaret. Y me refiero a Él como el modelo de hombre que Dios tiene y quiere para todo ser humano; convencido como estoy de la necesidad de que –en medio de la crisis y de nuestras crisis- volvamos la mirada a los grandes principios del humanismo cristiano.
Porque también estoy convencido de que todos nuestros más grandes y más graves problemas actuales lo son tanto en cuanto contrarían, contradicen y se oponen a los fundamentos del ser humano vividos y enseñados por Jesús de Nazaret. Por lo que en su Evangelio podremos descubrir que “el misterio del ser humano –y de nuestra sociedad– se esclarecen en el misterio mismo de Jesucristo” (Cfr. GS 22).
Los invito jóvenes graduandos a perseverar en la construcción de un presente y un futuro mejor para ustedes y para los que vendrán. A unir fuerzas en la construcción de lo que se ha llamado y soñado como “la civilización del amor” o “la cultura de la vida” mediante una reafirmación y un SÍ contundente a la vida y al amor como la primera y más importante tarea humana y un NO como rechazo contundente al individualismo, al materialismo, al consumismo, a la absolutización del placer, a la mentira, a la injusticia, a la intolerancia, a la discriminación y a la marginación, a la corrupción, a la violencia y a todas las formas de muerte.
Los invito queridos graduandos y a todos los aquí presentes a no desmayar en la construcción de un mundo mejor en el que tengan primacía las personas sobre las cosas y el servicio sobre el poder; el trabajador sobre el capital y todo lo trascendente sobre lo transitorio y pasajero.
Nuestro tiempo los desafía. En los retos de nuestro mundo actual ustedes han de encontrar el sentido de su vida y las mil razones y motivaciones para vivir, amar, creer, esperar, luchar, soñar y ejercer sus profesiones cada día.
Parafraseando, hago mías unas exhortaciones de los padres del Concilio Ecuménico Vaticano II para ustedes “los buscadores de la verdad, ustedes, los hombres y mujeres del pensamiento y de la ciencia, los exploradores del hombre, del universo y de la historia; ustedes, los peregrinos en marcha hacia la luz, y a todos aquellos que se han parado en el camino, fatigados y decepcionados por una vana búsqueda…
Para Ustedes traigo este mensaje de San Agustín: «Busquemos con afán de encontrar y encontraremos con el deseo de buscar aún más».
Felices los que, poseyendo la verdad, la buscan más todavía a fin de renovarla, profundizar en ella y ofrecerla a los demás. Felices los que, no habiéndola encontrado, caminan hacia ella con un corazón sincero. Los animo que busquen la luz de mañana con la luz de hoy, hasta la plenitud de la luz.
Son ustedes, queridos jóvenes estudiantes y neo profesionales, los que reciben la antorcha de manos de sus mayores y van a vivir en el mundo en el momento de las más gigantescas transformaciones de su historia. Son ustedes los que, recogiendo lo mejor del ejemplo y de las enseñanzas de sus padres y de sus maestros, van a formar la sociedad de hoy y de mañana. Se salvarán o perecerán con ella.
Edifiquen con entusiasmo un mundo mejor que el de vuestros mayores.” Para que los próximos y futuros invitados a la mesa del mundo no asistan al banquete de la vida llenos de nuestros mismos miedos, de nuestras mismos temores e incertidumbres, con nuestros mismos odios e insatisfacciones…
República Dominicana y el mundo los mira hoy a ustedes con confianza, esperanza y amor; porque “ustedes poseen la fuerza y el encanto de la juventud que consiste en la facultad de alegrarse con lo que comienza, de darse sin recompensa, de renovarse y de partir de nuevo para nuevas conquistas”.
Muchas gracias.