Cuando No Queda De Otra

A veces, la vida nos envía señales claras que nos dicen: “actúa, es el momento” y escuchamos esa voz interna una y otra vez. Pero, simplemente decidimos ignorar el mensaje, durante días, semanas y hasta años. De repente, un pequeño giro del destino hace que le prestemos atención a esa voz, de una manera inevitable.

Mi rodilla derecha había sido una intrusión molesta en mi vida, aunque he sido una persona saludable durante años. Hace un mes, mientras caminaba cautelosamente hacia el edificio donde resido, la rodilla no me respondió, perdí el balance, tropecé y me caí. Así un hermoso y sereno día de verano cambió de manera repentina e infortunada por un paso en falso sobre un pavimento irregular. Me derrumbé apoyándome sobre mis manos y, con la misma rapidez, me puse de pie, avergonzada por lo que había sucedido. Mientras luchaba por reponerme sintiendo un dolor insoportable, me di cuenta de que había llegado el momento de enfrentar la realidad: necesitaba programar una cirugía de reconstrucción total de rodilla.

Esta no fue una decisión fácil. Lo había estado evitando durante más de 15 años. La primera vez que sentí que mi rodilla no respondía fue durante una clase de “spinning” en mi gimnasio local. Estaba a punto de llegar a la cima de la colina usando la máxima tensión en mi bicicleta estacionaria cuando mi rodilla se atascó completamente en su posición y no podía moverme hacia arriba o hacia abajo. Este incidente se convirtió en un recuerdo ocasional pero inquietante con la ansiedad que lo acompañaba, mientras seguía viviendo mi ajetreada vida: con un horario de trabajo agotador, viajando por el mundo por placer, y como participante muy activa de un programa intensivo de tango en la ciudad de Nueva York. Mi vida siempre se ha caracterizado por una energía ilimitada, una curiosidad infinita y mi alegría de vivir.

Con respecto a mi rodilla, el miedo me impedía pensar en la necesidad de una cirugía. Había escuchado tantas historias de terror sobre el procedimiento, su cuestionable eficacia y el dolor que implicaba.

Pero el dolor crónico y la falta de movilidad se estaban volviendo cada vez más irritantes. En última instancia, ninguna cantidad de medicamentos antiinflamatorios, suplementos de glucosamina y condroitina o las inyecciones de esteroides podrían ayudarme a caminar o subir y bajar escaleras. El verdadero terror de otra caída me obligó a considerar la cirugía.

El 25 de agosto de 2020, entré al Hospital de Cirugía Especial (Hospital for Special Surgery) en la ciudad de Nueva York, lista para el procedimiento de reemplazo de mi rodilla afectada. Lo que siguió fue una montaña rusa de 72 horas con los altibajos más absolutos de emociones, incontinencia e incomodidad. Pero volví a casa con una rodilla nueva.

Tres decisiones fueron cruciales para el mejor resultado de esta cirugía: elegir el cirujano adecuado y la mejor instalación hospitalaria, prepararme física y mentalmente para el complejo proceso quirúrgico y disciplinarme con respecto a la fisioterapia posoperatoria. Sabía que estaba en las mejores manos con el Dr. José A. Rodríguez, uno de los mejores cirujanos ortopédicos del país. Había sido altamente recomendado por otros cirujanos respetados en Nueva York.

Me preparé física y emocionalmente de antemano: medité, cambié mi dieta, fortalecí mis cuádriceps. Y estoy siguiendo un riguroso régimen de ejercicio posoperatorio.

Ha pasado una semana desde la cirugía: estoy caminando por mi casa sin ayuda, puedo subir y bajar las escaleras con mi terapeuta a mi lado, asombrado por mi progreso y haciendo todo esto, sorprendentemente, con una mínima incomodidad. y sin dolor.

Esto va más allá de mis expectativas. Espero que mi nueva movilidad me permita explorar viejos y nuevos mundos.

Solo ha pasado una semana.  Prometo mantenerles informados.