Cada día es una nueva oportunidad

[avatar user=”doller” size=”thumbnail” align=”left” link=”http://www.acppps.org/who-we-are/denisse-oller”]por Denisse Oller[/avatar]

El hecho de que María se había mudado a la Florida se había convertido en mi –patética– excusa. María había sido mi entrenadora personal durante más de un año y nos habíamos hecho “uña y carne”. El pasado julio, se fue a vivir a Miami. Pensé: “¿cómo me puede hacer esto?”.  Atrás quedaban los entrenamientos agresivos y crueles, pero que no dejaban de ser divertidos. Esa decepción, combinada con el caluroso verano, exceso de trabajo, viajes, estudios, invitaciones a BBQ los fines de semana y citas para encontrarme con amigos, fue armando la receta perfecta para el desastre.

Empecé a dejarme llevar. Mi rutina disciplinada se convirtió en un verano de sociabilizar y con ello se fueron sumando las libras. Una mañana, mirándome al espejo, me di cuenta de que no me gustaba lo que veía. “Que va, que va”, no iba a tirar por la borda todo el progreso que había logrado después de un año de entrenamiento y de alimentación sana. Tenía que luchar, tenía que volver a entrar en camino antes de que fuera muy tarde.

Después de todo, somos criaturas de hábito, y los viejos hábitos, aunque malos, son muy difíciles de superar. ¡Nuestro cerebro es tan complicado! Si no, ¿cómo explicar el impulso que nos lleva a comer una ración grande de papitas fritas y un cheeseburger doble cuando vamos a McDonald’s, o a devorar los postres recién horneados que trae una colega incluso sabiendo que atentan contra nuestros propios intereses? Nuestro cerebro se activa con estas tentaciones porque las mismas dan señal de recompensa. Y a los humanos nos encanta la recompensa y la comodidad. ¡Pero basta!

Tenía que volver a entrar en camino. Por suerte, tenía las herramientas para intentarlo. Esta vez no me sentía culpable. Sé muy bien que el cerebro puede ser reentrenado. Necesitaba cambiar mi ambiente, mi rutina y repetir, repetir y repetir hasta que entrara en el sistema.

Para ello hice una lista de las cosas que necesitaba cambiar. Necesitaba un régimen de ejercicio, volver a mis hábitos de alimentación saludable, dejar a un lado los cócktails y los aperitivos perjudiciales para mi salud. Tenía que volver a mi rutina de meditación, que tanto me ayudaba a reducir el estrés.

Para hacer que los cambios me resultaran más interesantes, me inscribí a clases de tango, tres veces a la semana. Es muy divertido, te ejercitas mucho y es algo que siempre quise hacer. Estoy tan motivada que no veo que llegue la hora de la próxima clase. Tengo un entrenador que me tiene en una rutina de cardio-peso al menos dos veces a la semana y, además, cada mañana camino antes de desayunar o tomar el café. He vuelto a planificar mis comidas, incluyendo meriendas sanas para el trabajo. No he dejado de lado a mis amigos y familia, no se trata solo de trabajar y trabajar. Y por supuesto, estoy meditando de nuevo. Claro está, todo esto requiere de disciplina y estructura, y es duro de llevar a cabo integralmente. Pero el poder mantenerlo como rutina nos demuestra nuestro amor propio y auto respeto.

Para no olvidarme, coloco notitas en la puerta del refrigerador, en los espejos y en la puerta de casa que me recuerden dónde quiero estar y las cosas que necesito hacer para llegar ahí.

Los viejos hábitos son difíciles de romper, pero cada día es una nueva oportunidad, un nuevo comienzo. Sentirme bien conmigo misma es la mejor recompensa, mucho más apreciada que un brownie o cualquier otra tentación.