¿Quién se lo hubiera imaginado? Es como si las experiencias de toda una vida –los altibajos, los cambios bruscos o inesperados, la alegría o la tristeza y todas las lecciones aprendidas durante este largo camino– fueran piezas de un complicado rompecabezas que, finalmente, comienza a encajar. Creo que es la sabiduría que viene con la edad.
Siempre fui una niña incansable que no sabía lo quería ser cuando fuera grande. Sabía que tenía inclinaciones artísticas y que me encantaba estar en escena. Ahora, mirando hacia atrás, me maravillo al contemplar todo lo que fui logrando en ese camino: periodista de televisión, presentadora de noticiero, escritora, instructora de cocina, administradora y recaudadora de fondos en una universidad de alto prestigio, asesora de salud y ejecutiva de comunicaciones en una organización innovadora en el cuidado de la salud. Todo eso, mientras iba aceptando que no encajaba en un solo molde, que tenía que amarme y quererme tal y como soy.
En este viaje de autodescubrimiento, creo que los momentos más reveladores de mi fortaleza han sido aquellos más difíciles. Casi diez años atrás, me recuperaba de un accidente de auto y tras una cirugía el pronóstico era que tal vez no podría volver a mover mis brazos. Fue necesario un año de intensa terapia para lograr la recuperación. Y es en esos momentos más difíciles cuando descubres quién es quién en tu vida: los cobardes huyen y los verdaderos amigos se quedan.
Hoy en día, bailo tango, cocino, amo y hago mis sesiones de ejercicios para brazos con pesas de 15 libras, lo que para mí es un milagro. Y estoy entrenando para una caminata de 5 millas.
Por supuesto que me duele el cuerpo. Muchas mañanas al levantarme, especialmente si tuve mis dos horas de clase de tango la noche antes, siento dolores de la cabeza a los pies. Pero cada día me levanto abierta a las posibilidades que puedo encontrar. No siempre fue así. La joven Denisse casi siempre estaba paralizada por el miedo. Miedo a las posibilidades, miedo a caer, miedo a amar, miedo a ser lastimada.
Pero el camino de la vida y las infinitas lecciones que encontramos en él me ha dado la capacidad de resistir y luchar, y con ello recuperarme de las dificultades. La meditación y el silencio se han convertido en parte de mi vida. Algunos llaman a esa resiliencia ‘dureza de espíritu’, yo la considero el resultado de aprender a vivir, a amar y luchar por lo que uno quiere. Y cuando hablo de amor, hablo de la capacidad de protegerme a mí misma sin dejar de conectar emocionalmente, de sentir felicidad, compasión y sentido de vida.
Ahora que llego a mis 61 años, solo queda mejorar e intentar vivir más intensamente y mejor. Lo que sea que me tire la vida, aquí estoy, lista. Como el buen Malbec, que se pone mejor con el tiempo. Brindo por esa buena suerte. ¡Salud!