Las madres (casi) siempre tienen razón

[avatar user=”doller” size=”thumbnail” align=”left” link=”http://www.acppps.org/who-we-are/denisse-oller” target=”_blank”] por Denisse Oller[/avatar]Desde pequeña, siempre escuchaba que tenía que comerme todo lo que había en el plato. Mi madre, sin pestañear, me preguntaba lo mismo cada día: “¿Vas a tirar a la basura toda esa comida? No sabes que hay niños en África que se están muriendo de hambre?”. Como si el que yo me comiera todo lo que me habían servido en el plato en Puerto Rico de alguna manera ayudara a los niños de África. Por suerte,teníamos muchas opciones para escoger, desde carnes magras hasta ensaladas, verduras y frutas frescas. Mi madre siempre se encargó de que, incluso nuestros almuerzos para la escuela fueran nutritivos y balanceados. Pues sí, tenía que limpiar el plato, pero por lo menos era un plato saludable. 

Ahora, como chef y partidaria de una alimentación balanceada y nutritiva, he aprendido a creer en la comida como medicina y en la buena nutrición como prevención. Sé que en la medida en que practiquemos cada vez más una alimentación saludable, y divulguemos sus beneficios, podremos llegar a más personas, especialmente aquellas con enfermedades crónicas, para educarlas, guiarlas y empoderarlas en el proceso para que se conviertan en personas más sanas también.

Mirando atrás, sé cuánto me beneficié de llevar una vida sana. Y ahora, en esta etapa de mi vida, siento el privilegio de que puedo dar mucho más gracias a mi experiencia y conocimiento. En Advocate Community Providers, tengo la oportunidad de colaborar con un grupo de trabajadores comunitarios de la salud muy entregados a su labor y juntos podemos divulgar un mensaje enfocado en la salud y la buena alimentación, especialmente en la comunidad latina.

Los latinos somos la minoría más grande en los Estados Unidos —se estima que para el año 2030, uno de cada 3 niños que nazca en este país será latino. Pero los latinos somos un 50% más propensos que los blancos a morir de diabetes o de cirrosis hepática. Nuestra comunidad muestra tasas desproporcionadas de diabetes, hipertensión y enfermedades cardiovasculares en comparación con otros grupos. Y además, estamos muy gruesos. 

Son muchas las razones para este panorama tan poco sano. Hay desigualdad en el acceso a cuidados de salud, y a opciones que nos permitan comprar y preparar comidas saludables, razones que contribuyen a los altos índices de obesidad entre niños y adultos latinos. Las comunidades latinas marginadas, que experimentan elevadas tasas de inestabilidad en la alimentación, generalmente residen en los llamados desiertos de alimentos, y peor aún, no tienen muchos lugares en sus vecindarios para ejercitarse física y mentalmente, lo que las convierte en objetivo de campañas promocionales de alimentos de baja nutrición. En una sociedad en la que siempre andamos apurados y en la que la comida rápida ha infiltrado cada elemento de nuestra vida, desde las escuelas hasta las cafeterías de los hospitales, no sorprende que muchos latinos compren alimentos bajos en calorías y fibra, y altos grasa, sodio y carbohidratos. Esto se traduce en menos frutas y vegetales y más pizzas, hamburguesas, papas fritas, helado y sodas.

Los resultados son desastrosos: comunidades plagadas de enfermedades crónicas que pudieron prevenirse y que por lo general llevan a una mortalidad temprana y contribuyen al cada vez más creciente costo del cuidado de la salud en los Estados Unidos.

Intentar resolver estos problemas, ya sea en la comunidad latina o a mayor escala social, supone adentrarse en un complejo proceso que requiere como principio el compromiso y la participación activa de todas las partes interesadas en el sistema de salud, sean corporaciones, agencias del gobierno, organizaciones religiosas y educativas, por solo mencionar unas pocas. No sé si seré testigo en vida de un cambio de tal magnitud.

Pero eso no me detendrá –ni a mí ni a otros– de seguir nuestro compromiso para marcar la diferencia. Compromiso que se revela en nuestra presencia –la mía y de mis colegas de trabajo- en los vecindarios para educar a las personas acerca de opciones más saludables y a buen precio. Puedo cerrar los ojos e imaginar el efecto dominó que un trabajo como este puede generar.

Mi madre gustaba decir, casi a diario: “No esperes a que lleguen los cambios, si tú realmente quieres un cambio, haz algo por cambiarlo. Solo tienes una vida, haz que cuente”.

Te escucho, madre, te escucho.